¿Hambre o ganas de comer?

El hambre se produce cuando las personas experimentan ciertas sensaciones internas, como, por ejemplo, cansancio o ruidos estomacales. También se puede producir cuando la persona anticipa que la comida será rica. El primero está marcado por el apetito y el segundo es una consecuencia sensorial, ya sea visual, olfativa o de recuerdo de una experiencia previa. Todo ello deriva en una ingesta emocional. Una de las más comunes es comer por aburrimiento; ¿quién no ha utilizado el hambre como excusa para parar de estudiar?

Las emociones afectan al comportamiento humano e ingerir alimentos es un comportamiento, por lo que nuestras emociones puede influir respecto a cuánto y cuándo comer ciertos alimentos.

Las interacciones e intensidades de distintas emociones, los estilos de alimentación y el peso de la persona pueden conducir a diferentes comportamientos alimentarios, ya sea de acceso de consumo o de restricción; esto es más frecuente ante la experiencia de emociones negativas, como la ansiedad o la tristeza.

La alimentación emocional debido a emociones negativas nos conduce a elecciones de alimentos poco saludables y orientadas a la búsqueda de sabor. Las emociones negativas tienden a buscar recompensas gratificantes a corto plazo, sin pensar en el riesgo que conlleva para la salud de la persona. Además, estas acciones también se producen cuando la comida evoca emociones positivas. Comer dulces, comida procesada o fast food son los grandes ejemplos de elecciones poco saludables en un momento de bajo ánimo que a la vez sacian nuestro malestar.  Esto es debido a que muchas de estas opciones se relacionan con aniversarios, encuentros con amigos y familia, ocio como ir al cine, etc.; situaciones que hacen recordar un momento feliz, especial o distinto a la rutina diaria.  Por este motivo es importante llegar a entender que la elección de cada alimento en la ingesta emocional se rige por las experiencias y contextos alimentarios individuales. Estudiando el alimento y el comportamiento podremos distinguir si este se usa como una especie de «droga» o simplemente como un alimento sabroso deseado.

Para una mejor salud física y mental, será crucial desarrollar estrategias de regulación emocional y de afrontamiento saludable y trabajar para generar decisiones alimentarias sanas. De estas podemos diferenciar:

  • Estrategias que se centran en la solución del problema, como:

    • Evitación.
    • Distracción.
    • Cambiar de orden los eventos.
    • Planificación de rutinas y anticipación.
    • Control del ambiente.
    • Generar actividades incompatibles con la ingesta.

  • Estrategias que se centran en la emoción:

    • Reformular la emoción percibida a positiva.
    • Humor.

  • Estrategias que se centran en el significado:

    • Reformular el significado de la ingesta.

  • Estrategias que se centran en el factor social:

    • Pedir ayuda a la comunidad, personas cercanas.

Por todo ello, es muy importante que los equipos que trabajen con las personas que viven con obesidad sean multidisciplinares. Es necesario un soporte psicológico, nutricional, médico y de acompañamiento en la gestión del día a día, y esto solo lo puede ofrecer un equipo con mirada holística.

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