Se han identificado varios genes relacionados con la regulación del peso corporal, el gasto metabólico, la acumulación de grasa corporal o la regulación del apetito. La genética nos puede predisponer al desarrollo de obesidad, pero no suele ser la causa principal, ya que en el proceso se conjugan un gran número de factores.

El aumento del consumo de alimentos ultraprocesados junto con la disminución de alimentos vegetales de bajo contenido energético (como frutas y verduras) contribuye a un mayor aporte de energía en la alimentación.

La disminución de la actividad física global, tanto en los desplazamientos diarios como en la falta de ejercicio físico y deporte, reduce de forma considerable el gasto de energía diarios.

Su uso abusivo se relaciona con la disminución de la actividad física, el aumento de ingesta de alimentos ultraprocesados y los trastornos del sueño por exposición prolongada a la luz azul.

Dormir por debajo de las necesidades podría alterar las hormonas que regulan las hormonas responsables del hambre y la saciedad, además de poder afectar la capacidad para estar físicamente activos.

Los niveles crónicos de estrés alteran la liberación de hormonas responsables de la regulación del apetito, lo que puede provocar una mayor acumulación de grasa corporal. Además, los alimentos son una forma habitual de compensar el estrés emocional, por lo que se podría aumentar de forma importante la ingesta de alimentos.

El nivel adquisitivo podría afectar a la capacidad para acceder a alimentos más saludables, aumentando el consumo de alimentos ultraprocesados. Por otro lado, las intervenciones comunitarias son decisivas en la promoción de opciones alimentarias saludables, como, por ejemplo, la regulación del menú escolar o la regulación de la publicidad.